miércoles, 28 de octubre de 2015
martes, 29 de septiembre de 2015
viernes, 7 de mayo de 2010
Pase
El otro día, alguno de estos, leí en algún lado que, en su momento, haber visto actuar a Charlie Parker en directo le cambiaba la vida a uno. Muy poca gente lo vió en realidad. Quizás solo unos cuantos miles (Davis). Estoy seguro de ello. Es posible. ¿Por qué no? Pero me está dando que pensar.
¿De qué modo les iba a cambiar la vida?. Es decir. ¿De qué manera iba a condicionar el resto de lo que estaría por venir? No sé si muchos de los que lo vieron llegaron a alcanzar grandes cimas en el resto de sus días. Quiero decir que, en el fondo, se supone que todo lo cambiaba para mejor, que el pájaro (Bird) conocía alguna manera de revolucionar el alma de los oyentes. Y las revoluciones, bueno, no están nada mal. Pero, ¿Cuales fueron los cambios?
Es posible que cada uno tenga derecho a un golpe de suerte. Pero no a dos. La suerte hay que buscarla, dicen, y no creo que sea de recibo ir a encontrarla pagando pase para una noche en el Blue Note de Nueva York. Y así, ¿valdría la pena que Parker nos hubiera cambiado el plan de ruta? Si más que un empujón puede que nos diera alas. Y las alas no se compran. Las suyas las ganó de otra manera mucho más triste. No sé si será mejor que uno siga con lo que tiene, que no es poco, ni fruto de la suerte, al menos para mí, y para Bird.
¿De qué modo les iba a cambiar la vida?. Es decir. ¿De qué manera iba a condicionar el resto de lo que estaría por venir? No sé si muchos de los que lo vieron llegaron a alcanzar grandes cimas en el resto de sus días. Quiero decir que, en el fondo, se supone que todo lo cambiaba para mejor, que el pájaro (Bird) conocía alguna manera de revolucionar el alma de los oyentes. Y las revoluciones, bueno, no están nada mal. Pero, ¿Cuales fueron los cambios?
Es posible que cada uno tenga derecho a un golpe de suerte. Pero no a dos. La suerte hay que buscarla, dicen, y no creo que sea de recibo ir a encontrarla pagando pase para una noche en el Blue Note de Nueva York. Y así, ¿valdría la pena que Parker nos hubiera cambiado el plan de ruta? Si más que un empujón puede que nos diera alas. Y las alas no se compran. Las suyas las ganó de otra manera mucho más triste. No sé si será mejor que uno siga con lo que tiene, que no es poco, ni fruto de la suerte, al menos para mí, y para Bird.
jueves, 15 de abril de 2010
Naipes originales
Tengo un recuerdo que cuenta muy por encima aquel cuento. No sé si fue el primero pero sí es el primero que recuerdo o al menos el primero que otra persona leyó. Recuerdo que iba de caníbales, de la familia y la culpa o la falta de culpa. Recuerdo retocarlo tres mil doscientas tres veces hasta que quedo algo cerca de lo mínimamente presentable. Creo que no lo acabé, lo abandoné. Peró quedó con planteamiento, nudo y desenlace. Ahora me costaría lo mismo acabar de desarrollar bien cada una de las partes. Aunque, en realidad, hoy ya no escribiría el mismo cuento, escribiría otro diferente, pero estaría y estoy hablando de lo mismo de lo que aquel hablaba.
Hoy lo escribiría más como con un hombre sentándose en una mesa, con mucha gente más sentada. Todos sonrientes, irritantemente sonrientes; sonrientes hasta la náusea y el asco. Un crupier sin personalidad repartiría las cartas a todos los jugadores. El hombre entraría en la partida con confianza. Pretendería aprender las reglas.
Voy a contarlo a partir de entonces:
El hombre quería saber las reglas. Eso condujo a un momento de esos en los que quienes saben las normas se pelean por explicárselas al nuevo. Todos contentos de poder dar una lección de experiencia. Y todos con sus jodidas sonrisas.
Al cabo de diez jugadas, el hombre, que en realidad era un chaval, empezó a ver como los demás jugadores intercambiaban cartas, marcaban otras y robaban habas a las otras parejas.
- Oye, ¿eso se puede hacer?
- ¿El qué?
- ¿Eso?
- No sé a qué te refieres.
- A que os paseis cartas.
- Ja ja ja ja.
- Ja ja ja ja ja.
- Jo jo jo.
- Ji ji.
Con sus jodidas sonrisas.
- Aquí nadie intercambia cartas.
- Bueno... -dijo el hombre-.
La partida siguió. Y a las diez jugadas de la reanudación. Alguien se sacó una carta de la solapa y cantó órdago.
- Me retiro -dijo el hombre-.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué?
- ¿Por qué?
- ¿Por qué te vas?
- ¡No te vayas! Nos caes muy bien...
- Que os den.
Hoy lo escribiría más como con un hombre sentándose en una mesa, con mucha gente más sentada. Todos sonrientes, irritantemente sonrientes; sonrientes hasta la náusea y el asco. Un crupier sin personalidad repartiría las cartas a todos los jugadores. El hombre entraría en la partida con confianza. Pretendería aprender las reglas.
Voy a contarlo a partir de entonces:
El hombre quería saber las reglas. Eso condujo a un momento de esos en los que quienes saben las normas se pelean por explicárselas al nuevo. Todos contentos de poder dar una lección de experiencia. Y todos con sus jodidas sonrisas.
Al cabo de diez jugadas, el hombre, que en realidad era un chaval, empezó a ver como los demás jugadores intercambiaban cartas, marcaban otras y robaban habas a las otras parejas.
- Oye, ¿eso se puede hacer?
- ¿El qué?
- ¿Eso?
- No sé a qué te refieres.
- A que os paseis cartas.
- Ja ja ja ja.
- Ja ja ja ja ja.
- Jo jo jo.
- Ji ji.
Con sus jodidas sonrisas.
- Aquí nadie intercambia cartas.
- Bueno... -dijo el hombre-.
La partida siguió. Y a las diez jugadas de la reanudación. Alguien se sacó una carta de la solapa y cantó órdago.
- Me retiro -dijo el hombre-.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué?
- ¿Por qué?
- ¿Por qué te vas?
- ¡No te vayas! Nos caes muy bien...
- Que os den.
sábado, 13 de marzo de 2010
XXIII
Me apetece descubrir
Me siento y, no sé
lo demás ya lo conozco
Me apetece descubrir
Y miro distante
de frende, de lado
de vuelta, del revés
Busco algo inbuscable
Me apetece descubrir
un lino algo más fino
Una amohada más urbana
Una mirada más brillante
Me apetece descubrir...te
... o quitarte la cubierta
Me siento y, no sé
lo demás ya lo conozco
Me apetece descubrir
Y miro distante
de frende, de lado
de vuelta, del revés
Busco algo inbuscable
Me apetece descubrir
un lino algo más fino
Una amohada más urbana
Una mirada más brillante
Me apetece descubrir...te
... o quitarte la cubierta
martes, 23 de febrero de 2010
IX
Después de mucho pensar
me he dado a entender
que las cosas no son aquello que significan
sino aquello que son
Después de tanto tanto pensar
y de tan poco tan poco entender
llegué a saber que las cosas son lo que queda
no lo que se fué
Después de tanto entender y pensar
me he mandado callar
Las cosas son aquello
que alguien dió a llamar "cosa"
nada más
me he dado a entender
que las cosas no son aquello que significan
sino aquello que son
Después de tanto tanto pensar
y de tan poco tan poco entender
llegué a saber que las cosas son lo que queda
no lo que se fué
Después de tanto entender y pensar
me he mandado callar
Las cosas son aquello
que alguien dió a llamar "cosa"
nada más
El tercer plato de carne
El hombre que se sentó delante era alguien con un rostro igual al de Al Neri. Quizás lo fuera, aún ahora no lo sé bien, no dijo una sola palabra. Lo mismo hice yo. En la cena, ni él ni yo éramos anfitriones. Éramos, quizás, invitados. Y digo quizás porque no sé muy bien si la anfitriona nos había invitado, pero allí estábamos, con toda la demás gente. No quiero decir que nos hubiéramos autoinvitado ni que no fuéramos bienvenidos. Nos sentíamos, aún sin decir una sola palabra, muy cómodos y muy bien recibidos por toda esa camada de gustos más o menos sencillos.
Las chicas llevaban tejanos ajustados y los hombres iban despeinados. Portaban comida y bebidas varias en las manos además de hierba que acababa en humo en el techo del comedor. Eso nos abría el apetito. Pero apreté el estómago para que pasase el hambre.
Me senté a la mesa y me desabroche el chaleco colocando recta la espalda en mi silla. A mi frente se sentó aquel parecido a Al. Nos pusieron un plato sobre la mesa. Los dos miramos lo que había en su interior y descubrimos un buen montón de comida rara. Decididos a tomarlo todo cogimos los tenedores a la vez, él con su izquierda y yo con la mía. Un instante antes de probar nuestra comida alguien desde una habitación comenzó a gritar. Aquella chica estaba como loca. Lloraba. Gritaba. Golpeaba las paredes deseperada. Todos corrieron a la habitación a ver lo que pasaba. Desde la mesa, con los tenedores sobre el mantel, el supuesto Al Neri y yo giramos nuestros oídos con sutileza en dirección al pasillo, pero sin mover un solo dedo.
Hablaban ahí dentro. Alguíen preguntaba: ¿qué ha pasado? y otro alguien contestaba. Los ánimos se iban calmando pero cada vez más eran lo que lloraban ahí dentro.
Nosotros cogimos nuestras servilletas, nos limpiamos bien la comisura de los labios. Con los platos intactos me levanté. No tuve ocasión de dar las gracias a nadie. Tras de mí se levanto el supuesto Neri y salí de aquel piso.
Las chicas llevaban tejanos ajustados y los hombres iban despeinados. Portaban comida y bebidas varias en las manos además de hierba que acababa en humo en el techo del comedor. Eso nos abría el apetito. Pero apreté el estómago para que pasase el hambre.
Me senté a la mesa y me desabroche el chaleco colocando recta la espalda en mi silla. A mi frente se sentó aquel parecido a Al. Nos pusieron un plato sobre la mesa. Los dos miramos lo que había en su interior y descubrimos un buen montón de comida rara. Decididos a tomarlo todo cogimos los tenedores a la vez, él con su izquierda y yo con la mía. Un instante antes de probar nuestra comida alguien desde una habitación comenzó a gritar. Aquella chica estaba como loca. Lloraba. Gritaba. Golpeaba las paredes deseperada. Todos corrieron a la habitación a ver lo que pasaba. Desde la mesa, con los tenedores sobre el mantel, el supuesto Al Neri y yo giramos nuestros oídos con sutileza en dirección al pasillo, pero sin mover un solo dedo.
Hablaban ahí dentro. Alguíen preguntaba: ¿qué ha pasado? y otro alguien contestaba. Los ánimos se iban calmando pero cada vez más eran lo que lloraban ahí dentro.
Nosotros cogimos nuestras servilletas, nos limpiamos bien la comisura de los labios. Con los platos intactos me levanté. No tuve ocasión de dar las gracias a nadie. Tras de mí se levanto el supuesto Neri y salí de aquel piso.
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