Acabo de volver andando de la tienda. El reloj marca las once de la noche pero no es tan de noche. Casi acabamos de empezar.
Hoy he vuelto a ver algo que llevo muchos años observando y siempre me ha parecido triste. Un hombre ha venido a media tarde a la tienda, con su hijo en brazos y su mujer (ésta a pie) a comprarse una caja tonta. El padre parecía amable igual que su esposa. Su hijo llevaba uno de esos parches que llevan los niños: parches ortopédicos y del color de los caucásicos para que no se vea. La verdad es que no dejan de ser vistos. Alguien olvidó que tapan un ojo y eso sí se ve. Cuando yo conversaba con el adulto y le mentía vilmente, él sonreía agradecido, y su mujer, tras él, le apoyaba y agradecía también en coordinación perfecta, como sonata en do menor, como si yo tuviera un director de orquesta tras de mí y los dos le siguieran el ritmo con sus frentes. Sí, sí, sí, y otra vez sí.
Mis mentiras eran piadosas, uno dice lo que los demás quieren oír o al menos para eso me pagan. Te puedo decir la verdad, pero eso no te va a gustar, preferirás que te diga que el televisor hortera que te gusta es mejor que el elegante japonés y que no falla jamás, que no fue fabricado como aquellos mensajes secretos de misión imposible. Pero sí, ésa tele se autodestruirá en cinco segundos y yo debo venderla antes de que me estalle en la cara y así pueda explotar en el lindo nido del hombre amable y su amable esposa, lejos de mi lugar de trabajo.
Los mayores caen en la trampa. Sin embargo el niño... no lo tiene tan claro. No sabe que le estoy mintiendo a su chofer, pero tampoco piensa que le esté diciendo la verdad. Me mira de reojo con su "ojo sin parche" intentando adivinar, descubrir de qué se trata, qué es eso que huele tan mal. Está atento, parpadea y frunce el ceño. Su padre ni parpadea ni frunce el ceño. El niño parece estar cerca de ver el truco, la trampa, pero un parche se lo impide o eso me parece. Me apena.
Olvidé cómo miraba yo. La imaginación de los niños, su forma de mirar, su forma de ver aún libre de "eso está muy mal", "eso no se hace", "eso está bastante bien", "deberías hacer eso". Su mirada ineducada e instintiva rastreando el mundo como si fuera otro sentido, como el olfato. Pero le han puesto un parche. Le han puesto un "eso está muy mal eso no se hace eso está bastante bien deberías hacer eso" de tela marrón en un ojo que no le deja ver del todo. Me apena profundamente aún a sabiendas de que puede que sea por su bien, pero es cómo si a mí me ahogarán, cómo si la empatía me llevara a sentirme incapaz de tomar aliento, como si para él mirar, criticar, imaginar y deducir fuera como respirar. Un parche es como un bozal para un perro.
El observar es al niño lo que el ladrar al perro, instinto. También me dan mucha pena los perros con bozal, no miran igual, miran suplicando, y si pasas a su lado parecen querer rozarnos con la cola los tejanos. Agacho la cabeza. Cada uno tiene su dueño, pero deberían dejarle ladrar, e inclusive morder, qué diablos.
Alguien debería dejar morder (mirar, criticar) a los niños, no sería tan fácil mentir y de mayores quizás no comprarían televisores bomba y se dejarían engañar de esa manera. Si algunos se creen las mentiras de quien les vende la tele, cómo no se creerán las mentiras de los que salen por ella.
Coda: Al menos podrían ponerles parches de pirata. Si tienen que ver con un solo ojo, al menos que puedan hacerlo con la frente en alto, con una sonrisa amenazante y con la imaginación intacta, creyéndose el capitán James Garfio o alguien por el estilo.
lunes, 25 de agosto de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario