Todo tiene pros y contras. A veces (muy pocas veces y sólo en agosto) intento mantener el equilibrio y mantener en mitad el camino para no caerme de un lado o del otro y así preservar los zapatos limpios. Todo eso conduce a una situación de pánico porque cualquier tropiezo, cualquier accidente, cualquier hostia puede ser funesta.
La tienda, a veces, te lleva a ese tipo de locuras. A los dinosaurios alguien les tiene que dar de comer de buena mañana así que entramos a la tienda antes de las diez, que es la hora de apertura. Eso nos obliga a madrugar. Ante eso solo se puede recurrir a la matemática. Calcular la cantidad mínima indispensable de horas de sueño para mantenerse, dormirlas y salir de casa con gafas de sol para protegerse de los rayos ultravioladores cabrones. La cantidad son una cuantas, la hora en que toca la corneta, las ocho.
La otra noche, o la anterior o la siguiente, no recuerdo, me fui a dormir. Antes puse en mi móvil la alarma. Me acosté, me bailó la habitación un par de veces y cerré los ojos. ¿Para qué engañarnos? No era mi hora de dormir, era demasiado pronto para dormir y demasiado tarde para rendirse ante el envite de la noche. Con un esfuerzo que pocas veces habré hecho podría quedarme en algún lugar entre estar muy poco despierto y muy poco dormido. Comencé a intentarlo y soy muy cabezón como para perder la paciencia en los primeros quince minutos (no más). Cuando empezaba a caer llegó al hueco entre mi oído y la almohada el número siete, lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo, la gula, la soberbia, la avaricia, la ira, la envidia, la pereza y la lujuria, la estructura septenaria del Apocalipsis, la guerra de las siete semanas, Cleóbulo de Lindos, Pitaco de Mitilene, Quilón de Esparta, Bías de Priene, Solón de Atenas, Periandro de Corinto y Tales de Mileto, el séptimo hijo varón y la guerra de los siete años. Nací en día siete y ahora ese número se dibujaba en mis párpados cerrados que intentaban dormir de una puñetera vez.
Di un salto torpe y me planté en el suelo casi a gatas. La hora de toque de corneta son la ocho, ¡nunca las siete!, ¡nunca!
Mis sospechas se confirmaron, la alarma del despertador marcaba las 07:00. Podría haber muerto si eso hubiera sonado a las cero siete dos puntos cero cero. Esa estocada hubiera sido mi knock out.
Gracias al insomnio comerán los dinosaurios.
Coda: En algún sitio leí que existen siete diablos, pero creo que no fueron ellos, fue la tele del vecino.
La tienda, a veces, te lleva a ese tipo de locuras. A los dinosaurios alguien les tiene que dar de comer de buena mañana así que entramos a la tienda antes de las diez, que es la hora de apertura. Eso nos obliga a madrugar. Ante eso solo se puede recurrir a la matemática. Calcular la cantidad mínima indispensable de horas de sueño para mantenerse, dormirlas y salir de casa con gafas de sol para protegerse de los rayos ultravioladores cabrones. La cantidad son una cuantas, la hora en que toca la corneta, las ocho.
La otra noche, o la anterior o la siguiente, no recuerdo, me fui a dormir. Antes puse en mi móvil la alarma. Me acosté, me bailó la habitación un par de veces y cerré los ojos. ¿Para qué engañarnos? No era mi hora de dormir, era demasiado pronto para dormir y demasiado tarde para rendirse ante el envite de la noche. Con un esfuerzo que pocas veces habré hecho podría quedarme en algún lugar entre estar muy poco despierto y muy poco dormido. Comencé a intentarlo y soy muy cabezón como para perder la paciencia en los primeros quince minutos (no más). Cuando empezaba a caer llegó al hueco entre mi oído y la almohada el número siete, lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo, la gula, la soberbia, la avaricia, la ira, la envidia, la pereza y la lujuria, la estructura septenaria del Apocalipsis, la guerra de las siete semanas, Cleóbulo de Lindos, Pitaco de Mitilene, Quilón de Esparta, Bías de Priene, Solón de Atenas, Periandro de Corinto y Tales de Mileto, el séptimo hijo varón y la guerra de los siete años. Nací en día siete y ahora ese número se dibujaba en mis párpados cerrados que intentaban dormir de una puñetera vez.
Di un salto torpe y me planté en el suelo casi a gatas. La hora de toque de corneta son la ocho, ¡nunca las siete!, ¡nunca!
Mis sospechas se confirmaron, la alarma del despertador marcaba las 07:00. Podría haber muerto si eso hubiera sonado a las cero siete dos puntos cero cero. Esa estocada hubiera sido mi knock out.
Gracias al insomnio comerán los dinosaurios.
Coda: En algún sitio leí que existen siete diablos, pero creo que no fueron ellos, fue la tele del vecino.
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