Quiero ser un perdedor. Sí, estoy más que decidido. A eso de las ocho de la tarde en un café rústico de alguna ciudad pequeña, con un libro de doscientas dos páginas en blanco y negro y un biberón entre las manos. Y entonces moverlo, agitarlo con mucha fuerza hasta provocar un violento estallido de café y leche por todo el suelo y las paredes del local. Con la cara empapada girarme a mirar fijamente a la gente del lugar que me mirarían fijamente también. Y sonreir un poco meneado la cabeza como asintiendo. Y con la sonrisita tonta inamobible levantarme y hacerle una reverencia a los demás. Y de pie, perdido de café pedir:
- La cuenta, por favor.
Después saldría bailando la canción que acabo de escribir.
domingo, 29 de noviembre de 2009
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